Cuatro caños, añoranza,
de tertulias en la plaza,
de reunión de ganados,
cántaros, mozos, zagalas,
arrieros y lavanderas,
mayores y chiquillada;
hervidero de noticias
y contactos junto al agua.
Mudo testigo en lo alto,
la Segadora gallarda,
oídos sordos de piedra
donde botan las palabras,
¡Cuánto sabes de cansancios,
de sedes de enamoradas,
de otros pueblos y otras gentes
que a refrescarse en ti paran
y llevan en sus botijos
una parte tuya a casa,
un recuerdo de tu imagen,
un regalo en su garganta!
Agua nerviosa, alcalina,
que por cuatro heridas sangra
a borbotones, en chorros
retorcidos o en cascada.
¡Cuántas noches del invierno
has servido de sonaja
o canción de cuna alegre
a los niños en la cama!
¡Cuántas has acompañado
y ocultado en tu arrullada
melodía, las pendencias
o las penas de la amada!
¡Y cuántas tardes de Agosto,
cuando el sol más apretaba,
en el frescor del pilillo
los pájaros se bañaban,
y chavales con los palos
a remojarse jugaban
dando palos al pilón
o echándose el agua a palmadas!
¡Qué recuerdos del pasado!
¡Qué presencia de la infancia!
¡Qué visiones placenteras
y qué sensación tan grata!
Un día llegó el progreso,
la comodidad, las máquinas,
y ya no se oye el murmullo
que antes siempre se escuchaba.
Y los cuatro hermosos caños
están secos, ya no manan,
ya no refrescan ni alegran
las mañanas con su plata.
Y estamos todos tan tristes,
incluida hasta la estatua
que deja su pedestal
y a llorar sola se guarda.
Hoy ya no existe la fuente;
sólo queda una cascada
que en las fiestas nos recuerda
algo de antaño: aquel agua.
El jardín multicolor
en la primavera diáfana
ha hecho volver a la diosa
a su posición.
Mañana
las nuevas generaciones
no se acordarán de nada;
pero los que lo hemos visto
no lo olvidamos: ¡PALABRA!
de tertulias en la plaza,
de reunión de ganados,
cántaros, mozos, zagalas,
arrieros y lavanderas,
mayores y chiquillada;
hervidero de noticias
y contactos junto al agua.
Mudo testigo en lo alto,
la Segadora gallarda,
oídos sordos de piedra
donde botan las palabras,
¡Cuánto sabes de cansancios,
de sedes de enamoradas,
de otros pueblos y otras gentes
que a refrescarse en ti paran
y llevan en sus botijos
una parte tuya a casa,
un recuerdo de tu imagen,
un regalo en su garganta!
Agua nerviosa, alcalina,
que por cuatro heridas sangra
a borbotones, en chorros
retorcidos o en cascada.
¡Cuántas noches del invierno
has servido de sonaja
o canción de cuna alegre
a los niños en la cama!
¡Cuántas has acompañado
y ocultado en tu arrullada
melodía, las pendencias
o las penas de la amada!
¡Y cuántas tardes de Agosto,
cuando el sol más apretaba,
en el frescor del pilillo
los pájaros se bañaban,
y chavales con los palos
a remojarse jugaban
dando palos al pilón
o echándose el agua a palmadas!
¡Qué recuerdos del pasado!
¡Qué presencia de la infancia!
¡Qué visiones placenteras
y qué sensación tan grata!
Un día llegó el progreso,
la comodidad, las máquinas,
y ya no se oye el murmullo
que antes siempre se escuchaba.
Y los cuatro hermosos caños
están secos, ya no manan,
ya no refrescan ni alegran
las mañanas con su plata.
Y estamos todos tan tristes,
incluida hasta la estatua
que deja su pedestal
y a llorar sola se guarda.
Hoy ya no existe la fuente;
sólo queda una cascada
que en las fiestas nos recuerda
algo de antaño: aquel agua.
El jardín multicolor
en la primavera diáfana
ha hecho volver a la diosa
a su posición.
Mañana
las nuevas generaciones
no se acordarán de nada;
pero los que lo hemos visto
no lo olvidamos: ¡PALABRA!
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